sábado, 14 de agosto de 2010

La empatía entre mamíferos

Este tema lo quería tratar en una entrada desde hace días. Pero esta mañana en el canal 24 horas me he topado con este programa de redes como siempre interesantísimo, que mejor que poder colgar a Punset para que te de la razón.










Al principio del programa, en la entrevista el investigador Frans de Waal y Punset dicen que las personas que tienen mascotas (perros y gatos especifican) ya saben que tienen empatía. Es cierto, lo sabemos, lo hemos experimentado.



Yo concretamente, he sentido que Leo conocía mis sentimientos en dos momentos cruciales: en el embarazo y la instauración de la lactancia de Sara.



En febrero del año pasado, cuando yo estaba embarazada de seis meses tuve que hacer reposo hasta el final del embarazo. Cuando me lo dijo el ginecólogo pensé que con Leo todo el día por casa, no podría reposar mucho. Sin embargo me equivoqué. Leo se convirtió en una alfombra todo el día, hasta que yo le llamaba para comer, o hasta que llegaba el Miguel de trabajar. Y en las tardes que me encontraba peor y tuve contracciones, Leo se echaba a mis pies en el sofá, o me apoyaba su cabeza en las piernas y, mirándome a los ojos, lamía mi barriga. Era para mi evidente que sabía que me encontraba mal, y la naturaleza de mi malestar. Su comprensión y compañía esos días fueron impagables.



Cuando nació Sara prácticamente nadie de nuestro entorno nos comprendía en nuestra decisión de hacer todo lo posible para poder amamantar a mi hija. Esos días en que varias personas no nos respetaron en nuestra intimidad mi perro no entró en la misma habitación en la que estuviera Sara durante varios días. Después entraba si le llamábamos o si venía alguien de visita, haciendo de guardián y poniéndose en guardia si alguien que no fuéramos Miguel y yo osaba coger a la niña en brazos. Tardó más de dos meses en entrar en la misma habitación si yo estaba amamantando al bebé. Dándonos una preciosa experiencia de la comprensión entre las especies, Leo comprendía que la madre y su cría necesitábamos intimidad para la crianza. Él invariablemente se echaba en la puerta de la habitación, atravesado, como guardando la intimidad que otros nos arrebataban. En esos días su actitud me hizo llorar de gratitud. Me sentía comprendida aunque fuera sólo por el perro.

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